El barrilete de Raúl.

Es una hermosa tarde de martes por aquí en Luján, con mucho sol además de cálido y luminoso. La ciudad está tranquila, no amenazan tormentas ni ruidos extraños, todo es armonía. El trajín acelerado ya pasó, generalmente sucede por las mañanas. Ahora mismo mis ojos que apuntan al norte, se adueñan de un cielo plenamente celeste aunque... bueno, en plena contemplación recordé una estampa similar allá por los lejanos tiempos en los cuales los juegos infantiles hacían vibrar la presencia de la vida en mi amado Calchaquí.

Les contaré sobre mi hermano mayor: Raúl, el inteligente, el mismo que terminaba la primaria y pronto se iría del hogar. Ya tenía doce como dije antes, en días cumpliría trece y habría en la casa una fiesta no solo de cumpleaños, sino tambien de despedida. Mis padres lo ingresarían en la escuela naval que quedaba muy, pero muy lejos donde haría una carrera completa y regresaría ya un señor con uniforme de esos impresionantes que se veían en las películas.

No entendía muy bien entonces de qué se trataba, pero sí que era el mejor para ganar el concurso de barriletes de ese año. A nosotros, los chicos del vecindario, era lo que más importaba, eso de que mi hermano se iba no era cosa nuestra, era de mayores, (adultos) y como dijo alguien no sé quién " ...a las cosas..." nos pusimos a deliberar sobre la construcción de: EL GRAN BARRILETE GANADOR, porque no teníamos otra opción, ¡A ganar! Sí, ya sé, los demás chicos, los del barrio de más allá, pensaban exactamente igual.

Papá nos proveyó de material necesario, no todo, porque necesitábamos caña que los varones traerían del monte más cercano. Nosotras las chicas, Myriam, Analía, Tessi, Laura, María el Carmen y la más "revoltosa": ¡Mi hermanita! ¡UY! y claro, yo. En fin, no faltaba nadie.

Llegaron los varones con un atado de cañas finitas para seleccionar, secas, claro, Raúl las medía y cortaba con precisión de cirujano todo el largo de cada una, las que serían las varillas. Nosotras ya teníamos el "Papel Cometa" (nombre pueblerino) de colores para combinar y mamá nos acercaba el recipiente con "engrudo" o sea el pegamento hecho con harina y agua, unas tijeras más el ovillo de hilo de algodón para atar; solo esperábamos las órdenes de mi hermano que visto desde hoy, puedo ejemplificar como sus instrumentistas en sala de operaciones.

La figura que formó con las varillas, era un hexágono, eso era así porque claro, Raúl  había estudiado mucho geometría y medidas, todas: las de longitud, superficie, peso, capacidad ¡cuánto sabía! Bien, las unía primero por el centro formando una cruz, luego los que dividían el espacio entre sí y eso, que él sabía y nosotros todos mirábamos con curiosidad y en silencio. Las ataba entre sí fuertemente, una vez hecho el armazón, cubría la superficie con el papel preparado pegándolas en los hilos que rodeaban las puntas de las varillas. Y... ¡perfecto! un largo hilo desde el centro ovillado a un trozo caña. No terminaba allí la construcción. lo más osado fue en esa oportunidad, formar la "cola" que como siempre yo era la de las ideas formidables, se me ocurrió traer muchas corbatas de papá, las unimos entre sí quedando una tira muy larga. Todo este trabajo lo hicimos sentados en el piso de tierra de uno de los patios, se imaginarán cómo estaban nuestras rodillas y manos despues de horas de labor.

¡Y llegó el día domingo! ¡Gran concurso gran! 

Lo más importante: ¡Había viento!

Otro día para recordar

¡OH! Llegó la noche, no me di cuenta, en otro momento les contaré cómo fue ese concurso. 

¿Por qué cuento estas historias? Se asemejan mucho a las de ustedes, los siento como el grupo que compartíamos desde entonces, estas cosas plenas de riqueza para dar a conocer. 

Buena vida amigos, los quiero, no lo olviden.

Yolanda hoy.




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