Inolvidable experiencia.

Pocas son las horas en que el sol regala tibieza a estos lugares donde el señor invierno se instaló porque es su obligación como rey del tiempo hacerlo. El frío es intenso y cada quien lo batalla a su manera. Mi pelea es intensiva porque según palabras médicas, es el "peor enemigo" para mi corazoncito que late y late a veces apresurado como ahora saliendo de su ritmo habitual y debo tranquilizarlo despacito. ¡NO! no es el tema que está de moda, por si acaso...

Hoy está así. Me gusta.
Y tengo este impulso de contar historias propias o ajenas.  ¿Una propia? quizás algo simple como aquella vez que fui a cubrir un cargo como maestra suplente a una escuela bastante complicada por la agresividad reinante. Claro que a mí eso "No me llegaba", es decir, lo de menos.

El aviso llegó un viernes por la mañana cuando ni siquiera tenía planchado mi guardapolvo blanco, muy blanco e impecable, mamá se ocupaba de los detalles, fue emocionante, era mi segunda presentación como maestra de grado. Un enorme orgullo ostentar ese título obtenido en la mejor facultad del país. No era uno más, era EL TÍTULO, siempre le agradezco a mis padres el esfuerzo que hicieron para darme la mejor herramienta para construir mi vida.

La nota decía: presentarse el lunes para el turno tarde a la escuela Nº tal, la dirección, etc. Los cargos se otorgaban por puntaje obtenido en concurso público, mi posición era óptima por lo que accedería a uno seguro durante el año, no siempre en la misma escuela, o en varias según las vacantes existentes.

¡Llegó el Lunes! Madrugué con cierto nerviosismo, o tal vez fuera una emoción particular que me envolvía al saber que sería responsable por algunos días de alumnos del último año de la primaria.

El grupo asignado era un séptimo año, la mayoría adolescentes con todo lo que a esa edad implica el desarrollo de una buena preparación intelectual.

 No olvido las palabras de la directora cuando me dio la mano con un suspiro contenido pensando: "pobre... la que le espera". Me aconsejó: haz lo que puedas, cierra la puerta y deja transcurrir los minutos hasta que toque el timbre para salir al recreo. No te preocupes por nada son grandes y difíciles, basta que no molesten a los demás cursos. ¡Buena suerte!

¿Eso era todo? Quedé contemplando el panorama mientras me saludaban mis compañeras. El patio grande del establecimiento parecía sacudirse con tanto correteo y gritos mezclados entre agudos y graves y qué sé yo cuánto instrumento vocal desafinado suelto por el aire giraba como un tornado en cámara lenta... ¡OH! perdón, los recuerdos a veces confunden un poco.

El timbre sonó muy fuerte y todos corrieron literalmente a sus aulas, las puertas de las mismas eran de dos hojas, de madera con vidrios repartidos; las que indicaban el que me correspondía no los tenían, estaban cubiertos por cartones. Cuando todos ingresaron lo hice y cerré las puertas detrás de mí. Entonces acudí a mi instinto y actué.

Luego les sigo contando sobre esta aventura tan significativa que jamás olvidaré.

Gracias amigos por la paciencia.

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